Todos hemos sido testigos de las disposiciones que la Dirección General de Impuestos Internos (DGII) ha puesto en funcionamiento para combatir la evasión. En cierta forma ha dado resultados, pero el camino es largo. Crear percepción de riesgo no ha sido suficiente para entorpecer la creatividad de los contribuyentes en busca de minimizar el pago de sus impuestos. La gente no quiere pagar impuestos porque “el gobierno se roba el dinero”, es la opinión de muchos. Pero ¿qué pasa si tú como ciudadano vas a un lugar de recreación y te das cuenta que quien se roba tus impuestos no es el gobierno, sino el local donde estás consumiendo?
Pues les cuento lo que le pasó a Juana… Esta mujer llega a un nuevo lugar de comida. Cuando pide la cuenta nota
que los precios son los mismos del menú, que por lo general no incluyen los impuestos. Los precios eran bajos, por lo que Juana esperaba que el monto de la factura fuera un tanto mayor cuando se incluyera el 18% de ITBIS y el 10% de propina legal. No fue así como pasó. Juana notó que no le habían cobrado impuestos y que el requisito del lugar era realizar el pago en efectivo. Aunque escéptica, Juana se fue del lugar fascinada con la comida.
En una segunda ocasión, más adelante, Juana vuelve al mismo lugar y nota que los precios han sufrido un incremento. Cuando le pregunta el camarero, éste le dice que ahora el menú incluye el 28% de impuestos en los precios, aunque ni él mismo entendía bien lo que decía. El problema es que sólo seguían aceptando efectivo como forma de pago. Juana quiso asegurarse de que sus impuestos serían pagados al gobierno, por lo que, a modo de prueba, solicitó una factura de crédito fiscal, la cual recibió. Juana –pensó– menos mal, ya se formalizaron y están pagando impuestos. ¡Qué bien!
La cosa no se quedó ahí. La tercera vez que Juana visitó aquel lugar, llegó sabiendo que tendría que pagar en efectivo, pero con la tranquilidad de que, al menos, sus impuestos no se quedarían en los bolsillos del dueño del restaurante. Pidió su comida y luego la cuenta. Ya no tenía intención de solicitar comprobante fiscal, pero al recibir la cuenta, ¡oh sorpresa! No recibió ni siquiera una factura impresa. Recibió un simple pedazo de papel escrito a mano, sin nombre del negocio, ni RNC, es decir, literalmente un cuarto de papel bond 8 ½ por 11, que indicaba el consumo y el monto total a pagar. En ese momento Juana notó que el negocio la estaba timando porque los precios del menú ya incluyen impuestos, y se los estaban cobrando sin haberle entregado al menos una factura impresa. Al mirar a la caja Juana notó que el negocio, en esta tercera ocasión, ya contaba con una impresora fiscal. Ya no tenían forma de dejar “ventas por fuera” a menos que se creara una nueva trampa
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